Volvemos a ciertas canciones como si se tratase de regresar el tiempo, repetir ciertos lugares, o rehacer un baile, sin importar la excusa. Volvemos a esas canciones capaces de producir emociones que reconocemos. ¿Por qué nuestro cerebro incita este comportamiento?
“Nos relamíamos de gusto cuando encontrábamos una grabación como la de Ray Charles cantando Come Rain or Come Shine cuya letra era alegre, pero cuya interpretación desgarraba el alma”, así describe Kazuo Ishiguro en su libro (1) Nocturnos. Cinco historias de música y crepúsculo el vínculo musical entre dos jóvenes, la misma descripción encierra tres cualidades de la música: la memoria, el placer y las emociones que despierta.

Nuestra búsqueda de belleza en el sonido es común, es un hecho que evidenciamos cuando recurrimos a agrupar nuestra música favorita, a ligar una canción con otra según las intenciones del momento y cuando compartimos nuestras piezas favoritas, pero pocas veces reparamos en todo lo que nos pasa al escuchar.
Al oír música inicia un torrente de mecanismos auditivos y neuronales que producen mucha información, con un evento musical breve podamos entender de dónde viene el sonido, qué tan fuerte es, identificar tonos, o movernos al ritmo escuchado; por desencadenar tantos sucesos, la música es un campo de estudio para aprender mucho sobre el cerebro.
Viaje sonoro
Hablamos con la doctora CnD. Penélope Martínez Campos, quien cursó la licenciatura en biología y la maestría en neurobiología en la UNAM; se especializa en el área de neurociencias y cursó un doctorado con el doctor Luis Concha, abordando el tema del procesamiento cerebral de estímulos musicales.
La especialista en neurociencias explicó que percibimos la música como cualquier otro sonido, “este viaja desde la vía auditiva y asciende a la corteza de nuestro cerebro, que es la parte más externa del mismo, en general en la corteza se llevan a cabo las funciones más finas”.

El sonido entra por nuestras orejas y viaja al tímpano para hacerlo vibrar, detrás de él hay tres huesos: martillo, yunque y estribo, los cuales también vibran para amplificar los sonidos y transmitirlos al oído interno que está compuesto por la cóclea.
La cóclea tiene forma de concha de caracol y está llena de agua, aquí se transforman las ondas sonoras en impulsos eléctricos para que los interpretemos. Cuando el agua vibra, las células expuestas a esta agua se mueven, ahí comienza la actividad eléctrica.

Johannes Vermeer
Aunque los sonidos se procesan de manera similar, la científica destacó que “dado que la música es un estímulo complejo, requiere que el cerebro utilice otras áreas; está muy involucrada nuestra corteza motora, las áreas que procesan las emociones y la memoria. Prácticamente todo el cerebro se activa, rara vez nuestro cerebro trabaja de manera aislada”.
Repetimos por placer
Existe mucha evidencia científica respecto a que la música activa nuestro circuito de recompensa. La también cofundadora del proyecto de divulgación científica «Aprender ConCiencia» (3) y coordinadora de la Sociedad de Científicos Anónimos en Querétaro(3) indicó que “este circuito se activa bajo diversas circunstancias, genera placer y está en el área límbica de nuestro cerebro. Surgió para hacernos repetir conductas. ¿A qué nos hizo adictos la evolución de manera inicial? A lo necesario para sobrevivir: alimento, bebida y reproducirnos”.
Martínez Campos explicó que escuchar música involucra diferentes partes del cerebro, “muchas de las cuales están en su parte interna, que es lo que llamamos el cerebro más primitivo, pero también están involucradas áreas de la corteza cerebral que son áreas del cerebro más actuales, evolutivamente hablando”.

También se implica la corteza prefrontal, “que está arriba de la frente, por eso su nombre, esa parte es la encargada de tomar decisiones buenas, es la que mide consecuencias, hace juicios y nos ayuda a tener visión a futuro”, agregó.
Indiferencia, ruidos o piel erizada
La científica también nos contó que existen personas anhedónicas, quienes no experimentan placer al escuchar música, “al tomar imágenes de sus cerebros cuando oyen música se ve que su circuito de recompensa no está activo, no experimentan placer”.
Señaló que otras personas no gozan de la música, pero no porque no les cause placer sino porque no pueden diferenciar a la música de otros sonidos, esta condición es la amusia.
Una manifestación contraria a ser indiferentes con la música es tener piloerección o piel de gallina con ciertas canciones, esto se ha visto en personas con excesivo placer por la música e incluso entre personas “musicales normales” con sus canciones favoritas.

Un ejemplo reciente, es el estudio (4) realizado por científicos de la Universidad de Borgoña en Francia demostró que es posible rastrear actividades cerebrales durante los escalofríos musicales placenteros con electroencefalogramas (EEG) de alta densidad.
Los EEG permiten estudiar ondas cerebrales, que son los ritmos generados por impulsos eléctricos que viajan a través de las neuronas. Algunos tipos de ondas son alfa, delta, beta y theta, cada una relacionadas a determinada actividad cerebral.
En la investigación publicada en Frontiers in Neuroscience participaron 11 mujeres y siete hombres, cada uno se sentó en una silla cómoda y con los ojos cerrados escuchó cinco extractos elegidos por ellos porque les producían piel de gallina, también tuvieron que escuchar tres extractos neutros seleccionados por los experimentadores.
Se les pidió que informaran lo que sentían, los EEG mostraron mayor actividad theta, en la corteza prefrontal y la corteza orbitofrontal cuando aumentaron las calificaciones de excitación y emocionales.
La actividad observada, theta, es de bajas frecuencias y está involucrada en el procesamiento de recompensas, que nos hace desarrollar conductas aprendidas ante hechos placenteros o de desagrado, es nuestra memoria de gustos.

Mientras que la corteza prefrontal, donde se observó la actividad, tiene un papel importante al orquestar procesos, es la región de integración, pues envía y recibe estímulos de todos los sistemas sensoriales y motores, además formula estrategias, nos prepara para la acción y verifica nuestros planes y acciones.
La doctora Penélope indicó que esta evidencia es consistente con la hipótesis de que música tiene una conexión directa con la memoria y esto es así por cuestión de sobrevivencia, sobre todo en el caso del oído y el olfato, “si nuestros sentidos no son capaces de guardar información, de nada nos sirve la experiencia, si yo me comí algo que me hizo daño y en un mes lo olvido, pues me la voy a volver a comer y me va a volver a hacer daño”.
El grupo de investigación francés identificó dos fases en los escalofríos: primero una de anticipación y luego un pico. Estudios anteriores, señalan los investigadores, han demostrado que “las liberaciones dopaminérgicas no solo son la consecuencia, sino una causa del placer emocional sentido”.

Placer anticipado, un límite para las listas musicales

Saber qué define nuestro gusto en géneros musicales es muy difícil, por ahora la ciencia ha podido entender en parte cómo nos sentimos con nuestra música favorita y proponer hipótesis respecto a qué nos hace volver a la misma música o qué nos dificulta escuchar novedades.
Penélope Martínez destacó que la música “es un estímulo complejo, alguna es más compleja que otra, no es lo mismo escuchar una tonada que se repite fácil, como las canciones de los comerciales, que son melodías muy sencillas, a escuchar una sinfonía”.
Explicó que esto es porque a nuestro cerebro le fascina lo predecible al permitirle ahorrar energía, mientras que cuando escuchamos cosas muy complejas a nuestro cerebro le cuesta más procesarlo y si además es algo novedoso “todo es incertidumbre y a nuestro cerebro le cuesta despertar placer ante una nueva pieza musical”.
Para que algo sea predecible debe estar en nuestra memoria, en el caso de la música se trataría de un patrón, el timbre de un instrumento o el ritmo de una melodía, pero esta memoria también se define por nuestras costumbres, “ por lo que nuestro cerebro considera cotidiano, por otra parte hay rechazo a lo que no estamos acostumbrados a escuchar, en todo esto la historia personal también importa”, agregó.

Como se observó en la antesala de un escalofrío musical, el cerebro predice los pasajes con las herramientas que tiene, la música conocida tendrá una respuesta familiar, mientras que cuando se trata de música que no hemos escuchado antes, que nos sea impredecible, esta nos mantendrá en cierta tensión emocional.

Con el paso del tiempo acumulamos patrones que nuestro cerebro puede reconocer como sus gustos musicales y eso puede limitar nuestras playlists pero al crecer, como señaló Penélope Martínez, la experiencia también le permite al cerebro captar de forma renovada algo que ya había descartado o reconsiderar algo que había normalizado como un gusto.
La memoria musical nos depara sorpresas y quizá en unos años podamos darle una segunda oportunidad a la música que no fue de nuestro agrado hace unos días, o podamos retar a nuestro cerebro a conocer nuevos patrones para aventurarnos a lo desconocido y alimentar el repertorio.
Música como medicina
Las aplicaciones médicas de la música son difíciles de probar, esto se debe a la multiplicidad de canciones y a que sus efectos cambian entre culturas, por ello en nuevos estudios proponen usar tecnologías fáciles de trasladar como los EGG para rastrear a más personas en condiciones similares de escucha, como durante un concierto.

Conforme se sumen tipos de música y culturas a los estudios se tendrá más información sobre cómo interpreta nuestro cerebro lo que escucha, quizá podamos conocer los motivos de que algo nos suene armonioso o curarnos con música, aún hay muchos misterios tras la música, por ahora no es posible saber cuál música es la buena o qué frecuencias quitan el estrés, “incluso depende de nuestro estado de ánimo, la canción que ayer te hizo feliz, puede que hoy no la soportes tres notas”.
Al momento, comentó la neurocientífica, se tiene evidencia de sus efectos analgésicos, “en algunos estudios ponen a la gente a escuchar música antes de una cirugía y han comprobado que el dolor se ve reducido en quienes escucharon música”.
También existe información contundente sobre su capacidad de ayudar a pacientes del espectro autista y para matizar sintomatología de enfermedades como Alzheimer o Parkinson.
El psicólogo y neurocientífico Jaak Panksepp, quien dedicó gran parte de su vida a descifrar cómo interpreta nuestro cerebro la música y las emociones señaló que “la mayoría de nosotros escuchamos música por la riqueza emocional que agrega a nuestras vidas”.
Fuentes:
- Ishiguro Kazuo. Nocturnos: cinco historias de música y crepúsculo. Anagrama. Barcelona, 2010.
- https://sites.google.com/view/aprenderconciencia?fbclid=IwAR2mWkx-sudLZkpgAZ3QAScDyHHVatUNNgnbV-_vf23Sw8J6ScbxvzRPeUs
- http://cientificosanonimos.org/cientificos-anonimos-qro-01-neurobiologia-y-musica/
- https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fnins.2020.565815/full
- https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0376635702000803?via%3Dihub#!
Image de portada: Callisto Piazza da Lodi – Musical Group