El 21 de marzo nos hace pensar en la primavera —aunque este año haya iniciado el día 20—; también es el día en que se le rinde homenaje internacional a la poesía. Esta fecha, por supuesto, nos recuerda a aquel personaje que dijo «el respeto al derecho ajeno es la paz» (aunque ahora pareciera más bien un refrán). Sin embargo, pocos asocian el 21 de marzo con un bonito día para visitar un observatorio o mirar el cielo y tratar de encontrar alguna estrella; o con la astronomía como un medio para llegar al bienestar de la sociedad.
Si se preguntan por qué tendríamos que recordar algo así en un día como hoy, la respuesta es sencilla: un 21 de marzo de 1913 nació Guillermo Haro Barraza, uno de los astrónomos mexicanos más reconocidos.
Haro nació en la Ciudad de México. Cuando era muy joven tenía la idea de ser filósofo; pero conocer a Luis Enrique Erro (sí, el astrónomo que inspiró el nombre del planetario del IPN) le cambió la vida. Enrique Erro le propuso a Guillermo trabajar en el Observatorio Astrofísico de Tonantzintla, Puebla, allá por 1941. Gracias a esta experiencia, Haro decidió realizar estudios e investigaciones en el Obsertavorio Astronómico de la Universidad de Harvard. Su inteligencia y talento para los temas astronómicos lo hacían destacar; pero había algo más en su personalidad que lo hacía especial: su esfuerzo para que la ciencia mexicana fuera considerada como de primer nivel.
Servirse de la ciencia es la tarea fundamental de nuestra época
Guillermo Haro destacó como astrónomo por el descubrimiento de estrellas, novas, supernovas y de unos astros llamados Herbig-Haro (en honor a sus descubridores). Descubrió galaxias azules y organizó la primera conferencia al respecto en Estrasburgo (1964). Aunque lo más destacado de su rol como científico era que estaba convencido de que la ciencia debía ser conducida al bienestar y a la paz de la sociedad, de hecho, de toda la humanidad. Por esas razones, el astrónomo decidió dedicar su trabajo a generar ciencia en México y a crear espacios en los que las personas pudieran acercarse al conocimiento.
Quizá su trabajo más importante bajo esta idea de la ciencia como una llave para quitar el atraso y la pobreza en México, fue la creación del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) en Puebla; que en la actualidad tiene una amplia oferta académica en física y astronomía, y que además trabajo en la constante divulgación de la ciencia para personas de todas las edades.
Algunos de los cargos que ocupó y le permitieron influir en el uso de la ciencia con fines sociales fueron: investigador en los observatorios de Tonantzintla; así como en el Observatorio de Tacubaya, el cual era el único observatorio de la Ciudad de México en aquel entonces y pertenecía a la Universidad Nacional Autómona de México (UNAM). También en la UNAM, fungió como consejero del Instituto de Astronomía e investigador de tiempo completo. Durante su estancia en esta máxima casa de estudios, promovió becas para los mejores estudiantes de la Facultad de Ciencia. Fue presidente de la Academia de la Investigación Científica.
Fundó el Seminario de problemas científicos y filosóficos; promovió la edición de libros y folletos de divulgación científica. Publicó más de 70 trabajos de su especialidad. Perteneció a la Sociedad Astronómica Americana; a la Sociedad Real AStronómica de Inglaterra; y a la Sociedad Astronómica del Pacífico.
Se reconoció su trabajo con el Lomonosov de la URSS —algo así como ganar un Nobel—; con la medalla de oro «Luis G. León», de la Sociedad Astronómica Mexicana; la Medalla Honorífica de la Academia de Ciencias de Armenia; y con el Premio Nacional de Ciencias.