Eran las 13 horas con 14 minutos del 19 de septiembre de 2017; nadie habría pensado que la tierra escogería la misma fecha, 32 años después del terremoto del 85, para sorprender de nuevo al país con un movimiento telúrico que impactaría edificios, carreteras, y personas.
Con un epicentro localizado a 9 kilómetros de Chiautla de Tapia, Puebla, a una profundidad de 38.5 km de acuerdo con el Servicios Sismológico Nacional (SSN), ocurrió un sismo de magnitud 7.1 que se percibió en la zona centro del país y que, al igual que el del 7 de septiembre de 2017, dejó pérdidas materiales y humanas.
El sismo fue intraplaca. Según el mapa de intensidades elaborado por el Instituto de Ingeniería de la UNAM, la intensidad máxima ocurrió entre los estados de Puebla, Morelos y Guerrero.
Es sabido que México se encuentra en una zona de alta sismicidad porque convergen cinco placas tectónicas: la placa de Norteamérica; la de Cocos; la del Pacífico; la de Rivera, y la placa del Caribe. Según el SSN, se registran al menos 40 sismos diarios; la ocurrencia de movimientos telúricos en Puebla y Morelos es común.
Avisos que dependen de la distancia
El Sistema de Alerta Sísimica depende del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES), que es una asociación civil auspiciada por el Gobierno de la Ciudad de México. En 1989, se contaban con 12 estaciones de monitoreo que cubrían de forma parcial un segmento de la brecha sísmica de Guerrero. Su propósito era (y sigue siendo) detectar sismos relevantes en la costa del Estado de Guerrero y avisar a la población con al menos 50 segundos de anticipación la llegada de ondas sísmicas importantes.
En la actualidad, el Sistema de alerta sísmica mexicano ya cuenta con 64 estaciones instaladas en zonas sísmicas de Guerrero, Jalisco, Colima, Michoacán y Puebla.
El sistema se basa en el principio fundamental de que las ondas sísmicas llamadas superficiales, potencialmente dañinas, viajan a una velocidad de entre 3.5 y 4 kilómetros por segundo; la primera referencia es que, entonces, un sismo tarda entre 75 y 85 segundos en recorrer la distancia entre la costa del Estado de Guerrero hasta la Ciudad de México. Dado que las ondas de radio son más rápidas que las ondas sísmicas, los sensores próximos al epicentro activan los receptores de las zonas que podrían verse afectadas.
La alerta sísmica se activa cuando se detecta el inicio de un sismo; de inmediato se envían señales de radio para que se emitan avisos en las alarmas de los lugares públicos. Si se trata de un sismo moderado, se activa una alerta preventiva; si se espera un movimiento violento, se activa la alerta pública. Usualmente se activan cuando detectan un movimiento telúrico que puede alcanzar los 6 grados o más.
Ahora bien, a pesar de los avances tecnológicos, cuando un sensor detecta el inicio de un sismo, el tiempo de anticipación con el que alertará a una zona dependerá mucho de la distancia entre el lugar del epicentro, el sitio donde se encuentran los sensores y las zonas que pudieran ser afectadas.
De acuerdo con especialistas del Instituto de Geofísica de la UNAM, la alerta sísmica para el sismo del 19 de septiembre de 2017 no sonó a tiempo, porque la distancia entre el foco sísmico (ubicado entre Puebla y Morelos) y la Ciudad de México fue equivalente a la que había del punto de origen a la estación de alerta más cercana. Adicionalmente, el tiempo del sistema para definir con algoritmos si se trataba de un sismo fuerte o no tampoco fue muy rápido; por lo tanto, culminó en una alerta que sonaría al tiempo en que comenzó el fenómeno.
Dada la anterior situación, Armando Cuéllar, del Instituto de Geofísica de la UNAM, dio a conocer la creación de un nuevo algoritmo para que, en sólo tres segundos y con menos datos, se pueda evaluar la magnitud de un temblor y activar las alertas en caso de ser necesario; de tal forma que se cuente con una alarma previa ante un sismo como el del año pasado en la Ciudad de México.
No hay una temporada de sismos
Sin duda, los sismos son uno de los mayores temores de los mexicanos. No es para menos cuando vivimos en una zona sísmica, y en sitios donde los espacios abiertos son cada vez menos y los edificios cada vez más altos. No obstante, para los fenómenos naturales como los temblores no existe una temporada; pues, a diferencia de ciclones o huracanes, éstos surgen desde el interior de la tierra y dependen del movimiento de placas tectónicas. Tampoco se pueden predecir.
Recientemente, especialistas de la UNAM desmintieron el mito de que exista una temporada de sismos. De hecho, ésto ocurren a lo largo de todo el año; pero, ahora, gracias a la capacidad tecnológica, se detectan con más frecuencia y es más fácil contar con un registro de ellos.
En el caso de la zona del Valle de México, se cuenta con una red de 30 estaciones de monitoreo que detectan los movimientos que se originan en la ciudad; asimismo, reciben información de los sensores de otros estados. Gracias a estos sistemas, se sabe ahora que la zona oriente de la Ciudad de México tiene mayor sismicidad; además se han ubicado entre 20 y 30 fallas en la urbe que ya están siendo cartografiadas.
Como habitantes de México, debemos tomar en cuenta que vivimos en una zona con actividad sísmica constante y no va a dejar de temblar. Lo mejor que podemos hacer es contar con planes de protección civil, realizar simulacros constantes, prestar atención a las autoridades y obligar a las mismas a contar con construcciones adecuadas para el tipo de zona donde habitamos.