El 8 de agosto de 1975, en la revista Science, aparecía un artículo titulado «¿Estamos al borde de un calentamiento global pronunciado?».
Era la primera vez en la que se ligaba el cambio climático a la acción humana y se predecía que, debido al aumento de emisiones de dióxido de carbono, la capacidad de los océanos para atraparlo se vería limitada, se mantendría en la atmósfera y elevaría la temperatura del planeta.
El artículo lo escribió Wallace S. Broecker, un geoquímico marino y catedrático en la Universidad de Columbia.
Broecker es considerado el padre del término «cambio climático»; pero no fue el primero en advertir sobre las consecuencias de las emisiones de CO2 en la atmósfera.
En 1896, Svante Arrhenius, científico sueco, fue el primero en proclamar que los combustibles fósiles darían lugar al calentamiento global y lo acelerarían.
Arrhenius dedicó sus investigaciones a entender cómo el dióxido de carbono afectaba a los glaciares de la Tierra; pero en ese entonces el tema no parecía importante, mucho menos se creía que las actividades humanas fueran las responsables.
El calentamiento global, se creía, debía ser consecuencia de fuerzas naturales, la actividad solar o los movimientos del océano.
Además, se pensaba que los océanos eran los grandes sumideros de carbón que cancelarían toda la contaminación que el hombre produjera.
Desde entonces, a pesar de los hallazgos y advertencias, ha sido difícil convencer a las personas de que el cambio climático se está acelerando y es un problema grave y real.
Hace tan sólo unos meses, en noviembre de 2018, la Organización de las Naciones Unidas, en el Panel intergubernamental sobre el cambio climático, advirtió que vamos de camino a un aumento de temperatura de 3° centígrados. Un grado más de lo máximo contemplado en los Acuerdos de París.
Con ese aumento, las consecuencias resultarán devastadoras:
- los arrecifes de coral serían destruidos;
- el nivel del mar aumentaría 10 centímetros más (o sea, 10 millones de personas estarían expuestas a inundaciones);
- habría efectos en la acidez del océano, lo que, a su vez, impactaría en la calidad de cultivos;
- y enfermedades como el dengue y la malaria tendrían mayor prevalencia.
Por supuesto, estos cambios en la Tierra también impactarían de forma inminente a las especies que habitamos en ella. En realidad, ya está sucediendo.
Desde hace algunos años, científicos habían advertido sobre la desaparición de algunas especies como resultado de la intervención de actividades humanas en diferentes ecosistemas y del cambio climático.
Ahora, un nuevo estudio publicado en la revista Science Alert reporta una disminución en el número de especies de insectos alrededor del mundo.
Los autores anotaron que el 40% de las especies de insectos están a punto de desaparecer. En otras palabras, su extinción es ocho veces más rápida que en el caso de mamíferos, aves y reptiles.
El ritmo de desaparición es impactante y preocupante; pues los insectos juegan un rol muy importante en la cadena alimenticia, en la polinización de las plantas y en el reciclaje de nutrientes en el ambiente.
Si dejan de existir, muchas otras especies animales y vegetales también desaparecerán.
De acuerdo con los investigadores, la razón principal por la cuál se ha dado esa disminución es la pérdida de su hábitat como consecuencia de las prácticas de agricultura intensa y el uso excesivo de pesticidas.
Los científicos indican que, si no cambiamos las formas de producción de alimentos, en pocas décadas la extinción de los insectos será inminente y las consecuencias en el planeta, catastróficas.
También aclaran que, aunque el aumento de temperatura ha beneficiado a algunas especies en otras regiones (como a las mariposas en el norte de Europa), en los trópicos ha sucedido lo contrario.
Con la disminución de insectos como las polillas, los siguientes animales afectados serán las aves, reptiles, anfibios y peces, que se alimentan de ellos.
Este desarrollo resulta alarmante, pues, según los estudiosos, se trata de una extinción masiva moderna; en otras palabras, una disminución sustancial en el número de especies en todo tipo de animales y plantas cuyo tamaño se han visto hasta cinco veces en los últimos cuatro mil millones de años.
Además, a diferencia de extinciones masivas pasadas, consecuencia de la naturaleza como la época de hielo o erupciones volcánicas; esta se debe, en mayor parte, a la actividad humana.
Finalmente, los especialistas destacaron que, en su análisis, no hallaron ninguna especie de insecto que salga de esa tendencia general; y, aunque sí hay una pequeña cantidad de especies, como las cucarachas o las moscas, que pueden prosperar debido a la desaparición de sus «enemigos», la evidencia apunta al mismo lugar.
Así que, si bien los insectos no son del agrado de todos los humanos, lo cierto es que tanto nosotros como el resto del planeta dependemos, de alguna forma, de ellos.
Es por ello que, a menos que comencemos a limitar nuestro impacto en el planeta, el futuro será devastador.