“Si pudiera decirte lo que se siente, no valdría la pena bailarlo”
(Isadora Duncan)
“¿Cuándo empieza la vida como tal? Cuando se mueve”, así lo expresó Ximena González en 2018 desde el Centro Nacional de las Artes en una mesa redonda (1); lo decía tras compartir que visualizar a la mente como una computadora deja afuera a la cognición corporeizada, por ello es que para estudiar la danza y los procesos de las bailarinas, el grupo TACo (Transdisciplina, Arte y Cognición) sigue de cerca las experiencias, respuestas corporales y reflexiones de quienes bailan.
El equipo transdisciplinario formado por Ximena González y Jesús Siqueiros (científicos), Evoé Sotelo y Katia Castañeda (coreógrafas y bailarinas), así como por el músico Mauricio García, estudia lo que emerge en el escenario, retomando testimonios de las artistas en escena y datos obtenidos con electroencefalografía, electrocardiografía y respuesta galvánica.

La danza se puede definir como el movimiento de uno o más cuerpos de manera coreografiada o improvisada con o sin sonido de acompañamiento. Por su naturaleza, se trata de una ventana a la autoconciencia y a la plasticidad cerebral, pues involucra muchos procesos de formas intensas como integrar sonido, habilidad motora y creatividad en un movimiento.
Desde diferentes enfoques se ha estudiado qué nos permite bailar y qué nos sucede al mover el cuerpo al compás de la música, los primeros estudios desde las neurociencias se vieron limitados por los aparatos que sólo podían monitorear la actividad del cerebro viendo y no danzando; hoy, nuevos enfoques indagan más allá del cerebro, buscan respuestas en todo el cuerpo.
Sentirse al rotar, girar, brincar o saltar
Ximena González comentó que al considerar que la danza tiene que ver con cuerpos en ritmicidad es notorio que este arte tiene una expresividad particular. Las investigaciones de TACo parten de la hipótesis de que la sintonía en el escenario se crea con ritmos corporales y una presencia profunda de los danzantes, mismas que son posibles con cuerpos entrenados y su capacidad de crear imaginarios al moverse.
La médica y filósofa en ciencias cognitivas señaló que: “Las perspectivas corporizadas han tratado de plantear que no solo debemos seguir buscando los estados conscientes dentro de nuestro cerebro, sino que tenemos que extenderlo al cuerpo”.

En un texto publicado a inicios de este año en la Revista de la Universidad de México(2), Evoé Sotelo y Ximena González señalaron que: “El movimiento corporal es el principio, la base del conocimiento de nosotros mismos, del mundo y de los otros”.
A partir de la danza, la científica puntualizó que se pueden entrenar las habilidades «motora, espacial, propioceptivas y kinestésicas, sin olvidar toda la parte emocional que surge. Estas perspectivas enfatizan que no hay consciencia sin carga afectiva”.
La propiocepción es el reconocimiento de las partes de nuestro cuerpo en posición estática, mientras que la kinestesia es la capacidad de sentir cómo está la articulación en cada parte del movimiento.
Desde la neurociencia
En el artículo “Dance and the brain: a review” (3) se describe que debido a que la mayoría de las técnicas de neuroimagen requieren la inmovilidad de los sujetos estudiados, los primeros estudios se acotaron a entender los procesos del cerebro implicados en la danza a través de otro sentido: la vista.
De modo que se realizaron estudios como escanear el cerebro de bailarines profesionales y no profesionales mientras veían pasos de baile, en los que destacó que como el entrenamiento a corto y largo plazo requieren de contemplar a otros y así mismos para perfeccionar los movimientos, esto mejora la actividad en la red de observación y simulación de la acción.

Ximena González explicó que la red de observación es muy similar a la de las famosas neuronas espejo, vinculadas con la empatía, “tiene que ver con partes del lóbulo frontal, la corteza premotora, el lóbulo parietal y el giro temporal, dicha red te hace anticipar, predecir el movimiento del otro y es muy activa en bailarines”.
También destacó que la autoconciencia corporal no tiene como límite el reconocer nuestros propios procesos corporales, sino que también “te vuelves más atenta de las otras en general. Esto ayuda a generar acoplamientos más sociales. Espejeo de alguna manera los movimientos del otro y puedo reconocer y predecir qué es lo que hará”.

La observación e imaginación de movimientos se analizó en 2006 por el grupo de investigación de la neurocientífica Emily Cross, en este estudio se usó la resonancia magnética en bailarines para detectar la actividad cerebral mientras observaban e imaginaban realizar secuencias de movimientos familiares o nuevos.
Luego encontraron que cuando los expertos observaron movimientos de baile familiares tenían mayor actividad cerebral en la corteza premotora que cuando eran nuevos; esta parte del cerebro está en el lóbulo frontal, una región relacionada con la memoria, toma de decisiones, planificación, selección de objetivos y resolución de problemas.
La experta en ciencias cognitivas refirió que también han detectado “un aumento de volumen en la corteza temporal superior, que tiene que ver con lo auditivo y lo motor”.
Con el tiempo los aparatos para monitorear cerebros fueron menos estorbosos y fue posible llevarlos al escenario, esto ha permitido que actualmente se conozca en tiempo real la actividad cerebral.
Reunión de cuerpo y mente al centro de la pista
Ver solo la actividad cerebral no es la escena completa de qué pasa con el baile; deja afuera muchos elementos como la experiencia de quien baila, la vinculación durante una improvisación y esa forma de habitar el mundo acopiando información e interpretarla con diferentes sentidos y en múltiples escenarios.
Aquí es donde nuevos trabajos transdisciplinarios, como los de TACo, abordan la danza sin depositar toda la atención en el cerebro, indagando algo que para los bailarines parece ser conocimiento antiguo: en el escenario existe una conexión corporal.
“Claro que nos interesa el cerebro, pero nos interesa mucho voltear a ver el cuerpo, sacar más datos corporales, de dentro del cuerpo como de fuera, es decir tanto músculo esquelético, pero también interoceptivas (los estímulos de los órganos internos), emocionales y del sistema nervioso autónomo”.

Para recopilar algunos de esos datos en el laboratorio, las coreógrafas Evoé Sotelo y Katia Castañeda practicaban la danza mínima, que va de potenciar la máxima expresión del cuerpo con el mínimo movimiento, lo que se ve como gestos lentos, delicados que se interpretan desde una presencia profunda que gesta expresión; mientras ellas bailan se les coloca un hyperscanning, que permite vermediante electroencefalografía la actividad cerebral de dos personas al mismo tiempo.
También miden la posición del cuerpo con un acelerómetro y la actividad cardíaca, así como la respuesta galvánica, esta última con un aparato conocido como empatica y que refiere cómo se eriza y suda la piel, este dato es una una aproximación de la activación del sistema nervioso autónomo, que se encarga de la regulación de las funciones viscerales involuntarias del organismo y se ha vinculado con las emociones y la motivación.
Dado que por la pandemia su acceso al laboratorio se pausó, siguen pendiente sus búsquedas, una de ella es entorno al ritmo mu, “que está presente cuando están activas las zonas motoras del cerebro, es parecido al de las ondas alfa. Queremos encontrar este ritmo mu, pues estas señales nos hablan de esta interacción motora y social, este ritmo mu sería una excelente aproximación de lo que estamos buscando».

Mientras las pruebas en laboratorio vuelven a la normalidad, la charla transdisciplinaria se ha agudizado, “nos hemos dedicado a generar más estudio de la experiencia, del testimonio”. La suma de estudios y enfoques pueden revelar algunos enigmas de la danza que lleven a incorporar los pasos de baile en la rehabilitación, el autoconocimiento y la enseñanza.
Bailar fuera del escenario
El entrenamiento de la danza y la terapia de movimiento han dado efectos positivos en personas con Parkinson, autismo y afecciones psiquiátricas. En el caso del Parkinson se realizó un programa con tango y con las personas del espectro autista una terapia espejo, basada en la imitación de movimientos; en ambos se informó un mejor bienestar de los implicados.
La experta en ciencias cognitivas indicó que la música y la danza disminuyen la posibilidad de que te den ciertas demencias, trastornos del desarrollo y problemas psicológicos, «algunos que son genéticos no los vamos a poder evitar, pero algunos que tienen que ver con la cultura o tu crianza esos sí».

Aunque faltan muchos estudios para comprender y validar la verdadera promesa de la terapia de danza, la experta en ciencias cognitivas indicó que existen vías preventivas, “si empezamos a reconocer el rol que tiene el cuerpo en movimiento interactuando con otros, eso te hace un sistema nervioso mucho más robusto, con mejores memorias espaciales y corporales”.
Puntualizó que no hay que olvidar la experiencia estética que nos puede propiciar la danza “es muy robusta en sí misma, la experiencia que nos da el arte, esta idea lúdica es multisensorial, todos los sentidos están abiertos, eso de entrada es un impacto maravilloso, te hace integrar un montón de información”.
Fuentes: